domingo, 5 de mayo de 2013

:::El Vuelo del Cóndor:::


Y sucedió que en el gran nosocomio cósmico en donde se atendían las urgencias de las constelaciones más lejanas y pequeñas de las galaxias un día llego el sol y pregunto sobre lo que le estaba pasando, no sabía porque  de repente se hacía mas débil que lo normal, su poder se difuminaba y se volvía transparente, se volvió un canal por donde cualquiera que quisiera podría pasar. Era algo demasiado dramático y extraño para su costumbre, su poder indiscutible quedaba reducido a un orificio que crecía y se profundizaba un agujero de gusanos en su interior.
Y…en la gélida espera se aproximó el diablo blanco hacia el sol queriéndole vender las mil maravillas del cielo después del fin pero…el astro solar no confiaba en el, no tenía fe para entregarle y...fue cuando aquel, el diablo, lo sentencio y pocos años de vida fue los que le dio hasta su fin.

Lo que pasaba en realidad es que las vueltas del destino son trágicas y tendenciosas y el destino se cobró las burlas de la primera era del sol cuando él se mofaba de que nunca moriría y seria para el siempre el único y el más grande. Al pasar los años, el astro se burlaba de quienes no creían en su eternidad y se burlaba incluso de aquel dios eterno en que la mayoría creía a su alrededor, se burlaba de su forma de morir y de su forma de vivir hasta que un día todo se dio vuelta y…no fue sentenciado por la vara de un romano, incluso tampoco fue como el clásico Harakiri japonés que él iba a terminar sus días pero…si más similar a este que al primero, su mundo se derrumbó al saber como iba a ser su fin, ese día cambio de verdad y para siempre. El diablo se divertía.

Y los sucesos iban a ser más o menos los siguientes: El interior se impondría progresivamente al exterior, se consumiría desde adentro, rompería las duras y las convertiría en las mismas armas que utilizaría el poseído para destruir a su huésped, sería una lanza pero…también sería el núcleo de si mismo, un suicidio involuntario de un alma fuerte pero quebrada. Su estructura se achicaría por dentro, se consumiría y se volvería fría y oscura, comenzaría a doler de a poco pero justo antes del final sería insoportable. Y pasaría mucho tiempo hasta que el fin llegara, cuando el mismo estuviera en el conflicto máximo consigo mismo, ese sería el momento en el que, para su satisfacción, este se apagara para siempre.

Y aquel particular cóndor, aquel macabro elemental que alimentabase de la carroña, solo esperaría este final y vería todo desde lo alto del mundo mientras pasaba.

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